La convivencia entre ambas artes puede producir un sincretismo, o una aculturación o supresión de las formas indígenas para dar paso a las del colonizador.[1]
Lo ibero en la península ibérica es esencialmente un resultado de la influencia cultural de los pueblos colonizadores sobre el sustrato indígena, y en el arte ibero tiene una de sus más claras expresiones.
La llegada de los conquistadores supuso una gran revolución sobre todo en el terreno de la arquitectura, con la traslación de las diversas tipologías de edificios propios de la cultura europea: principalmente iglesias y catedrales, dado el rápido desarrollo de la labor de evangelización de los pueblos nativos americanos, pero también edificios civiles como ayuntamientos, hospitales, universidades, palacios y villas particulares. En el terreno religioso, se dio a menudo la circunstancia de que muchas iglesias fueron construidas sobre antiguos templos indígenas. Aun así, frecuentemente se produjo una síntesis entre los estilos colonizadores y las antiguas manifestaciones precolombinas, generando una simbiosis que dio un aspecto muy particular y característico a las originales tipologías europeas. Así, observamos cómo las principales muestras de arte colonial se produjeron en los dos centros geográficos de más relevancia en la era precolombina: México y Perú. En pintura y escultura, en las primeras fases de la colonización fue frecuente la importación de obras de arte europeas, principalmente españolas, italianas y flamencas, pero enseguida comenzó la producción propia, inspirada en inicio en modelos europeos, pero incorporando nuevamente signos distintivos de la cultura precolombina.
De manera general, tanto en la época colonial como durante el siglo XIX la matriz cultural de origen europeo fue la más valorada en Brasil, mientras que las manifestaciones culturales afro-brasileñas fueron muchas veces despreciadas, desestimuladas y hasta prohibidas. Así, las religiones afro-brasileñas y el arte marcial de la capoeira fueron frecuentemente perseguidas por las autoridades. Por otro lado, algunas manifestaciones de origen folclórico, como las congadas, así como las expresiones musicales como el lundu, fueron toleradas y hasta estimuladas.
Sin embargo, a partir de mediados del siglo XX, las expresiones culturales afro-brasileñas comenzaron a ser gradualmente más aceptadas y admiradas por las élites brasileñas como expresiones artísticas genuinamente nacionales. Ni todas las manifestaciones culturales fueron aceptadas a la vez. El samba fue una de las primeras expresiones de la cultura afro-brasileña en ser admirada cuando ocupó una posición destacada en la música popular, en el inicio del siglo XX.
Las figurillas de colonos (en francésstatues colon, pronunciado [statys kɔlɔ̃]), son un género de escultura figurativa de madera del arte africano que se originó durante el período colonial africano. Las estatuas comúnmente representan a los funcionarios coloniales europeos, como oficiales, médicos, soldados o técnicos o africanos de clase media europeizados (évolués).[2] A menudo se caracterizan por motivos decorativos recurrentes, como cascos salacot, trajes, uniformes oficiales o pipas de tabaco, y están pintados en colores brillantes con pinturas a base de pigmentos vegetales.
Como género, las estatuas de colono se originaron en África Occidental, aparentemente entre los Baulé en Costa de Marfil.[3] Logró popularidad internacional tras la Segunda Guerra Mundial y después de la descolonización. Se ha argumentado que el género se originó como una respuesta artística africana a la colonización y a la represión a manos del estado colonial.[4] Se debate si las estatuas fueron vistas originalmente como caricaturassatíricas de funcionarios coloniales o simplemente representaciones de nuevos temas en estilos locales.[2] Los antropólogos también debaten si las estatuas originales estaban destinadas a ser puramente ornamentales o si también tenían una función ritual.[5]
Entre los artistas notables que trabajaron en el estilo se encontraba el nigeriano Thomas Ona Odulate (flor. 1900-50), cuyas obras se exhiben ampliamente en museos de los Estados Unidos y Europa.
Hoy en día, las estatuas de colono se producen ampliamente como recuerdos turísticos en África occidental y central.[3]
La conquista británica trajo un estilo colonial de gusto neoclásico bastante parecido al realizado coetáneamente en Estados Unidos: Fuerte de San Jorge de Madrás (1644-1714), catedral de Santo Tomás de Bombay (1718). En 1690 se fundó la ciudad de Calcuta como sede de la Compañía Británica de las Indias Orientales, pasando en el siglo XVIII a ser sede de la administración británica. Una de sus primeras construcciones fue el Fuerte Williams (1700-1716), al que siguieron edificios como la catedral de San Juan (1787) y el palacio Raj Bhavan ―sede del virreinato― (1798-1805), La ciudad se construyó según un proyecto donde se distinguían los grandes espacios ajardinados, como el Parque Maidan, el Dalhousie Square, la Government Place, el Zoo y el Botánico.[7]
El siglo XIX se caracterizó por el empleo de un estilo neogóticovictoriano, sobre todo en edificios oficiales. Una de las ciudades en adquirir mayor esplendor durante el siglo XIX fue Bombay, donde se ejecutaron los principales proyectos arquitectónicos coloniales de la época: Ayuntamiento (1855), Iglesia Afghan Memorial (1857), Mercado Crawford (1867), la Torre Rajabai (1874) y la Estación Victoria Terminus (1878-1887). En Calcuta se construyeron: el Hospital (1835), la Catedral de San Pablo (1840-1847), la Universidad (1857), la Madrassa (1871) y el Indian Museum (1875).
Hasta mediados del siglo XIX ―y debido al levantamientocipayo de 1857― no hubo un cierto renacimiento de la arquitectura india, con un estilo inspirado en el arte islámico sirio, llamado «estilo angloindio»: Palacio de Laxi Vilas (Baroda); en Calcuta, el Puente Howrah (1910) y el Victoria Memorial Hall (1912); en Bombay, el Museo Prince of Wales (1909), la Universidad (1909), el edificio de Correos (1909), el Hotel Taj Mahal (1911) y el arco de triunfo Gateway of India (1911). Entre 1911 y 1930 se construyó la nueva capital, Nueva Delhi, según un proyecto de Edwin Lutyens y Herbert Baker, siguiendo un plano urbanístico en forma estrellada, en el que se repartían los diversos edificios oficiales, como el Rashtrapati Bhavan (Palacio Presidencial), el Parlamento, los Secretariados, la Biblioteca y el Museo Nacional.[8]
El arte tradicional tuvo escasas realizaciones de relevancia, destacando la construcción de la ciudad de Yaipur, capital de Rayastán (1728), llamada la «ciudad rosa» por estar toda pintada en color terracota. Entre sus edificios resaltan el Palacio del Mahārāja (1728), la Torre Ishvarlat (1743) y el magnífico Hawa Mahal o «Palacio de los Vientos» (1799), con su famosa fachada porticada construida con jalis (celosías de piedra) en color rosado y blanco, que servía de mirador para las mujeres del harén del mahāhāja. También destaca el Jantar Mantar (1728), un observatorio astronómico construido en mármol y arenisca, que cuenta con relojes de sol, calendarios, astrolabios, etc.[9]
La implantación en la India de la Compañía Británica de las Indias Orientales ―que exportaba té, café, arroz, azúcar, especias y productos textiles― favoreció un curioso intercambio artístico: la Compañía, interesada en realizar estudios cartográficos y etnográficos del subcontinente indio, trajo artistas europeos para documentar los principales monumentos y paisajes indios, así como sus gentes y costumbres; a su vez, el arte occidental influyó en los artistas locales, que aprendieron la técnica de la pintura al óleo, así como la perspectiva y el claroscuro. Surgió así un estilo denominado «arte de la Compañía», caracterizado por la técnica occidental aplicada a representaciones de diversos elementos de la cultura hindú, generalmente en escenas pintorescas de gusto burgués. Paralelamente, nació un estilo conocido como kalighat pat, desarrollado en Calcuta, que mezclaba el arte popular indio con el realismo del arte occidental.[10]
Durante los diversos períodos coloniales —a diferencia de las ciudades europeas de la época que eran una amalgama de estilos, paradigmas e ideales diferentes y muchas veces opuestos— las ciudades respondieron a preceptos homogeneizadores y ordenadores que expresaban cánones y principios que pretendían instaurar una forma de vida y unos mecanismos ordenadores del espacio público y privado.
La fundación de las ciudades coloniales era en sí una ceremonia que mezclaba ritos religiosos, protocolos militares, actos políticos y prácticas urbanísticas. El fundador, casi siempre investido de rango militar y de autoridad real, reclamaba en nombre de Dios y del Rey el derecho de dar vida a una nueva villa, consagrada a un santo o a una advocación, que podía depender del lugar de su natalicio, de rendir tributo al rey o una autoridad superior o que estaba relacionada con la fecha y el santoral.
En los imperios español y portugués, el fundador y los militares de rango que formaban parte de la expedición, se daban a la tarea de trazar y distribuir los predios: Una cuadra central vacía, que se constituía en plaza mayor y en sus cuatro costados se asignaban predios a las instituciones representativas del orden y la jerarquía colonial.
Muchos platos criollos se nombran con la terminación «a la criolla», como el pollo a la criolla o las colitas de res a la criolla. O simplemente con el adjetivo «criollo/a», como en vinagre criollo o chorizo criollo. También en francés à la créole o solo créole, como el paté criollo (paté créole).
Se llama imperialismo cultural a toda forma de imposición ideológica desarrollada a través de los medios de comunicación y otras formas de producción cultural a fin de establecer los valores de una sociedad dominante en una determinada sociedad periférica o dependiente, en otras palabras es la práctica de la promoción y la imposición de una cultura, por lo general de sociedades políticamente poderosas. También es el nombre que recibió el Gran Capital y la dominación de los países centrales. Este nombre fue impuesto por una corriente crítica que tuvo un gran auge durante las décadas de 1940 y 1970 en Europa y América Latina. Fue la llamada Teoría Crítica o Sociología Crítica-Ideológica y nació de conceptos surgidos en la Escuela de Frankfurt (o, valga la redundancia, Escuela no Crítica, con pensadores como Adorno, Horkheimer, Marcuse y Benjamin).