La poesía desarraigada es una corriente dentro de la poesía lírica española que cultivó la Primera generación de posguerra, opuesta a otra corriente simultánea, la poesía arraigada, protegida por el poder político franquista instaurado tras la Guerra civil (1936-1939). Ambas fueron las corrientes mayoritarias en la lírica de entonces, aunque también existían grupos menores de distinta estética, como el postismo y el grupo Cántico de Córdoba, entre otros.
Historia
La denominación partió del crítico y poeta Dámaso Alonso, quien se incluía como crítico en la Generación del 27 y como poeta dentro de la desarraigada.[1] Escribió que, frente a los autores de la poesía arraigada:
Para otros el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía y de toda sinceridad.
A esta desazón dramática respondió su libro Hijos de la ira (1944), que presidió toda una veta de la creación poética de aquel momento. La Guerra Civil (1936-1939) había causado que España se dividiera en dos (los vencidos y los vencedores). De la parte de los vencidos (triunfo del general Francisco Franco) nació este tipo de poesía, de forma predominantemente anticlásica y antiestrófica y contenido existencial y desgarrado.[3]
Aparte de los últimos libros, compuestos en la cárcel, del epígono del 27 Miguel Hernández, Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941) y El hombre acecha (1937-1938), del que solo se salvaron dos ejemplares de la primera edición secuestrada y quemada por Joaquín de Entrambasaguas, la formaban un grupo de autores reunidos en el año 1944 cuando se creó en León la revista Espadaña, fundada por el poeta y crítico Eugenio de Nora y el poeta Victoriano Crémer.[4] Era una respuesta al oficialismo poético de la revista Garcilaso, fundada en 1943 por José García Nieto.[5] Asimismo, se sintieron respaldados y autorizados por la Generación del 27 cuando se publicaron en 1944 dos libros desgarradores que influyeron su estética: el ya citado Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre.
Su enfoque filosófico partía del existencialismo contemporáneo y confrontaba la religiosidad y la fe de la poesía arraigada con la angustia esencial de la condición humana consciente de ser para la muerte y desolada tras los horrores de la guerra y sus consecuencias de injusticia y humillación. Desde ese existencialismo algunos de ellos evolucionaron hacia un compromiso social claro, hacia la poesía social (Blas de Otero); otros, como Carlos Bousoño, se acercaron al surrealismo.
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). / A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, / y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. / Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. / Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, / por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, / por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. / Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? / ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, / las tristes azucenas letales de tus noches?