Monumento funerario es el monumento que se dedica a la conmemoraciónfúnebre. Dependiendo de sus dimensiones y de que acojan o no un espacio interno, pueden considerarse arquitectura funeraria. Los más ostentosos se denominan mausoleo (por la tumba de Mausolo, una de las siete maravillas del mundo).
Puede ser una tumba o sepultura, si el monumento contiene la presencia de un cadáver (sus restos completos, especialmente si coincide con el lugar de la inhumación, parciales, si se ha producido un traslado o algún tratamiento intermedio -como la momificación-, o reducidos a cenizas si la técnica previa no ha sido la inhumación sino la cremación).
Puede ser un cenotafio, si el monumento no contiene el cadáver, pero simula una tumba. Si únicamente es un lugar de recuerdo, sin referencia sepulcral, se suele denominar memorial (expresión no recomendada por la RAE, que prefiere "monumento conmemorativo"). Son muy habituales los denominados "monumento al soldado desconocido", que a veces sí incluyen los restos de uno de ellos (denominándose propiamente "tumba del soldado desconocido").
Existe un tipo específico de monumento que solo contiene mínimos restos de un cadáver o de varios cadáveres: los relicarios, que contienen reliquias. Los relicarios suelen ser arte mobiliar, pero también los hay de grandes dimensiones, incorporados a la decoración de las iglesias.
En el Antiguo Israel se mantuvo un especial lugar de enterramiento denominado Tumba de los Patriarcas.
Los enterramientos regios en las civilizaciones de la América precolombina (por ejemplo, el del Señor de Sipán) se hicieron con el propósito semejante de alcanzar la eternidad, y con comparable sofisticación artística.
El fortalecimiento del poder de las monarquías (paso de las monarquías feudales a las monarquías autoritarias y a las monarquías absolutas) no varió sustancialmente los usos funerarios cristianos de la Baja Edad Media (enterramiento en espacios destacados y capillas de determinados templos o monasterios), con estructuras escultóricas cada vez mayores, en respuesta a la competencia por el prestigio de las familias nobles. Un notable ejemplo son las de la familia Scaligeri de Verona (Arche scaligere).
Siglos XVIII y XIX: Revoluciones burguesas y construcción de historias nacionales
La monarquía inglesa inició la costumbre de prestigiar su propio lugar de enterramiento al acoger las tumbas de los más conspicuos prohombres (Abadía de Westminster). Tal iniciativa fue convertida por la Francia revolucionaria en un verdadero espacio civil de conmemoración de los más ilustres ciudadanos (el Panteón de París). En España, una iniciativa semejante (el Panteón de Hombres Ilustres) no ha tenido continuidad. En Estados Unidos se hizo habitual desde la Guerra de Secesión la consideración de monumentos públicos a los lugares de enterramiento de personalidades destacadas, como Lincoln o Grant (el obelisco de Washington no es funerario), o colectivos (Cementerio Nacional de Arlington).
Los totalitarismos comunista y fascista proporcionaron el entorno necesario para el denominado culto a la personalidad de los líderes carismáticos, a los que se les construyeron monumentos funerarios grandiosos.
Las artes figurativas son muy importantes en los contextos funerarios. Inicialmente cumplían una función similar a la de los ajuares funerarios: propiciar algún tipo de vida eterna o inmortalidad o protegerse de ella. Entre los objetos más comunes de los ajuares funerarios están todo tipo de alimentos y productos de lujo y prestigio: las armas, las joyas, la cerámica y los tejidos (que suelen tener muy deficiente conservación). Las máscaras mortuorias reproducen los rasgos del difunto, modelados sobre los del mismo cadáver. La escultura funeraria las reproduce en tallas de madera o piedra, o en bronce. La pintura funeraria reproduce todo tipo de escenas de carácter religioso o de la vida cotidiana; especialmente con la técnica del fresco sobre las paredes de la tumba.