La plaza Real de Barcelona tiene una alta vitalidad, con espacios peatonales y diversidad de establecimientos en sus inmediaciones. Comparativamente la plaza de los Países Catalanes tiene una baja vitalidad, rodeada de grandes calles que dificultan los movimientos peatonales y con pocos comercios a su alrededor.
La vitalidad urbana es la cualidad de aquellos espacios de las ciudades que son capaces de atraer a personas heterogéneas para diferentes tipos de actividades a lo largo de horarios variados.[1] Las áreas de la ciudad con alta vitalidad son percibidas como vivas, animadas o vibrantes y suelen atraer a personas para realizar sus actividades, pasear o quedarse. Sin embargo, las áreas de baja vitalidad repelen a las personas y pueden percibirse como inseguras.[2][3]
El índice de vitalidad urbana es una medida de esta cualidad y en los últimos años se ha convertido en una herramienta fundamental para la planificación de políticas urbanas, especialmente para la intervención de espacios con baja vitalidad.[4] Además, se utiliza para una correcta gestión de los espacios con alta vitalidad, pues el éxito de ciertas áreas puede acarrear procesos de gentrificación y turistificación que, paradójicamente, acaben reduciendo la vitalidad que los hizo populares.[5]
El concepto de vitalidad urbana está basado en las contribuciones de Jane Jacobs, especialmente las de su obra más influyente, Muerte y vida de las grandes ciudades. Jacobs criticó en los años 1960 la arquitectura moderna y racionalista defendida por Robert Moses o Le Corbusier cuyo protagonista era el coche privado. Argumentó que estos tipos de planificación urbana pasaban por alto y simplificaban en exceso la complejidad de la vida humana. Se opuso a los programas de renovación urbana a gran escala que afectaron a vecindarios completos y que construyeron vías de alta capacidad a través del centro de las ciudades. En cambio, abogó por un desarrollo denso de uso mixto y calles transitables, con "ojos en la calle" de los propios transeúntes que ayudan a mantener el orden público.[6]
En la actualidad, el concepto de vitalidad urbana está haciendo revalorizar el urbanismo mediterráneo y su historia, en el que el espacio público, la peatonalidad y las plazas tienen una gran importancia como centros de interacción y cohesión social, en oposición al urbanismo anglosajón de grandes infraestructuras urbanas, largas distancias y centrado en el automóvil.[2][3][7]
Condiciones para una alta vitalidad urbana
La vitalidad urbana puede llegar a cuantificarse gracias al análisis de los elementos que la determinan. Entre ellos se encuentran:[8]
- Diversidad de usos del espacio que puedan atraer a diferentes tipos de personas para actividades dispares y a horas variadas, haciendo que el espacio esté constantemente ocupado, mejorando su seguridad.
- Oportunidades de contacto personal con bloques, manzanas y espacios abiertos que no sean demasiado grandes, pues reducen el número de posibles intersecciones e interacciones sociales.
- Diversidad de edificios con características y edades variadas, haciendo que personas con diferentes capacidades adquisitivas puedan vivir en todas las zonas de la ciudad, evitando la formación de guetos.
- Alta densidad de población, las zonas residenciales son esenciales para atraer otros tipos de actividad.
- Accesibilidad para todas las personas sin depender del transporte privado, siendo la peatonal la más importante, por ser la más democrática, sostenible y barata, seguida del acceso en bicicleta y del transporte público.
- Distancia a elementos de frontera, como grandes edificios, rondas, vías de tren en superficie o grandes parques urbanos que desincentivan el uso de la calle.
Véase también
Referencias