Una propiedad imperial, patrimonium o res privata,[1] en el Imperio romano, refiere la propiedad personal de los miembros de la familia imperial, a diferencia de la propiedad perteneciente al estado romano (ager publicus).[2] A la muerte del emperador, estas propiedades pasaban a su sucesor, y no a sus herederos privados.[1]
Descripción
Las fincas imperiales no eran solo fincas agrícolas o latifundios (latifundia), sino que también lo constituían los pastos (saltus) o las minas (metalla).[3]
La gestión de las propiedades imperiales dentro de una provincia romana era responsabilidad de un procurador (procurator) que, a su vez, reportaba al procurator patrimonii en Roma.[1] El procurador arrendaba la hacienda imperial a un conductor, un contratista o administrador de los arriendos, que a su vez, tenía dos posibilidades. En fincas pequeñas, el conductor podría cultivar la tierra él mismo. En fincas más grandes, el conductor subarrendaba la tierra a los coloni, arrendatarios-agricultores. También estaba autorizado por la administración imperial para recaudar los tributos que debían entregar los coloni. Estos coloni eran hombres libres y no estaban atados a la tierra, como psteriormente serían los siervos. Los coloni pagaban al conductor en forma de una parte proporcional de sus cosechas, además de estar obligados a realizar otros servicios a la propiedad, durante algunos días al año.[4]
Además, recibía de la administración imperial la autorización para recoger los tributos que debían entregar los colonos que dependían directamente del emperador y trabajaban en otras partes del dominio imperial1
En un período u otro parece haber habido propiedades imperiales en la mayoría de las provincias del imperio. Estas propiedades se adquirían de diversas formas, mediante confiscación, adquisición por conquista o por herencia. Las propiedades imperiales, a su vez, podían venderse o regalarse, tanto a determinados individuos como a templos y más adelante, a iglesias cristianas. La tierra que seguía siendo propiedad imperial, generalmente se arrendaba.[5]
Es difícil estimar cuántas tierras pertenecían directamente al emperador. En África del Norte, en el siglo V, los registros de la propiedad muestran que poseía alrededor del 15-18%.[6]
Véase también
Referencias