El mundo sublunar estaba compuesto por los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego) de Empédocles. Pero a diferencia de Empédocles, Aristóteles consideró que estos elementos podían transformarse unos en otros, explicando de esta forma la generación y la corrupción. En cambio, el mundo supralunar estaba compuesto únicamente por un quinto elemento llamado éter. Este quinto elemento no podía transformarse en los otros cuatro, ni alterarse de ninguna forma, siendo ingenerado e incorruptible.[2]
El movimiento natural de los cuatro elementos sublunares era rectilíneo: la tierra hacia abajo, el fuego hacia arriba y el agua y el aire horizontalmente. Por el contrario, el movimiento natural del éter era circular, considerado perfecto y sin cambio porque no tiene principio ni fin.[1]
Esta división del universo en dos regiones, una inferior sujeta al cambio y otra superior inmutable, llegaría a convertirse en una doctrina básica de la filosofía y cosmología medievales.[1]