El semanario fue constantemente hostigado con ataques y denuncias por las autoridades y la iglesia, pero logró editarse sin interrupción y alcanzar, según el número del 21 de julio de 1890, una tirada de 20 a 25000 ejemplares,[2] hasta que el asedio se intensificó el verano de 1900; en el número 939 (15-VII-1900) se explica por qué no se pudo publicar durante las tres semanas anteriores:
Los cinco últimos números de Las Dominicales han sido secuestrados; cuatro de ellos por denuncia; el último por equivocación, puesto que no ha sido denunciado. Amén de ello, el gobernador de Madrid nos ha multado pretextando una nimiedad, el haberse enviado o no a tiempo los números que se entregan en el gobierno civil. Era inútil, por tanto, imprimir el periódico en esas condiciones [...] Suman muchos miles de duros los daños y perjuicios que estos abusos del poder llevan producidos a nuestro periódico. Del centenar de procesos que se nos habrá formado, sólo de ocho años acá, no han prosperado más que dos o tres. En los demás, los gobiernos han procedido injustamente; pero nadie nos ha indemnizado de los daños causados por las injustas denuncias, acompañadas casi siempre de secuestro. Recuérdese aquel período de tres años, en que todas las semanas era el número denunciado a instancia de los Padres de familia, árbitros de los Tribunales. Vinieron después las furiosas persecuciones de los tres años de guerra. Y terminóse aquel Calvario con la pesadumbre de los siete meses de censura militar...[3]
Su radicalismo y seriedad (tanto más agresiva cuanto que nunca descendía a la grosería, como otros semanarios radicales, verbigracia El Motín de José Nakens) le valió el permanente ninguneo, hostilidad y contestación de las instituciones oficiales y los órganos de prensa de las autoridades eclesiásticas españolas.[5]
"...me pareció haber soñado cuando terminé de leer Las Dominicales, porque en ellas palpitaba la vida de la libertad, de la justicia, de la fraternidad, no como una abstracción del pensamiento, sino como una realidad viviente, enérgica, activa, llena de promesas de redención y de esperanzas de felicidad. Aquel periódico, extendido ante mis ojos, con aquel lenguaje de sublimes sinceridades; con aquella altivez indómita que se manifestaba en cada una de sus líneas; con aquel entusiasmo arrojado, vehemente, despreciativo de lo convencional, y al mismo tiempo lleno de generosidad y de austeridades, era el grito primero, el más valiente, el más conmovedor y el más imposible de ahogar de un pueblo que despierta, de un pueblo que desperezándose, como el león harto de míseros despojos, lanza los candentes hierros sino logra, con su vigorosa fuerza, romper las cadenas que lo aprisionan."