Del lado turco, la guerra fue un desastre no debido a las pérdidas de territorio en favor de Austria (que fueron recuperadas en gran parte en la negociación), sino debido a las victorias del aliado de Austria en la guerra ruso turca de 1787-1792.
En el frente de batalla, la enfermedad desempeñó un rol central. Durante 1788, en el ejército austríaco hubo «epidemias: los lazaretos estaban repletos, la mitad del ejército estaba enferma y miles de soldados murieron». José II pasó la mayor parte de la guerra en el frente y fue uno de los que cayó enfermo allí. Finalmente, falleció de su enfermedad tras retornar a casa, el 20 de febrero de 1790.[3]
Opinión pública en Austria
En Austria, la guerra era «debilitante e impopular».[4] Maynard Solomon añade que «la moral de la elite cultural estaba severamente erosionada; el temor por las conscripciones llevaron a muchas familias aristocráticas abandonaron Viena y había un sentimiento generalizado de desilusión con el emperador José, una sensación de que había traicionado su promesa de un movimiento reformista ilustrado»[5] Braunbehrens describió la guerra así: «Había una abierta oposición... alimentada por la enorme carga económica que llevaba la población. Los precios de los alimentos había aumentado drásticamente y, en algunos casos, se habían duplicado; algunas panaderías habían sido saqueadas por primera vez en la historia de Viena».[6]
Una consecuencia de este trastorno social fue que la vibrante vida musical de Viena fue disminuida en gran medida, con el cierre de dos de las compañías de ópera y el declive de los conciertos, lo que creó problemas para la carrera de Mozart y otros músicos igualmente dependiente del auspicio de la aristocracia.[5]