El principio de intervención o de injerencia en los asuntos internos de otros países quedó establecido como un firme compromiso de los reyes absolutos de auxiliarse mutuamente en caso de sufrir la amenaza del surgimiento de un foco revolucionario. La principal de las alianzas fue la que se estableció entre Austria, Prusia y Rusia, puesta bajo la advocación de la Santísima Trinidad, salvando incluso las distancias religiosas que separaban a las tres monarquías (católica, luterana y ortodoxa respectivamente). Con el nombre de Santa Alianza presidió el periodo comprendido entre 1815 y 1825. Como consecuencia del Congreso de Viena, se formó la Cuádruple Alianza (1815) entre Austria, Prusia, Rusia y Gran Bretaña, y esta tenía un matiz un tanto distinto del de la Santa Alianza, puesto que la Cuádruple simplemente defendía el orden creado por el Congreso de Viena. Francia se incorporó en 1818 Quíntuple Alianza, y duró hasta 1825.
Similares intervenciones se habían producido en Italia. Otras revoluciones del ciclo de 1820 tuvieron más continuidad, como la portuguesa y la independencia de Grecia (que en este caso contó con el decisivo apoyo de Inglaterra y otras naciones contra el Imperio Otomano).
Algunos países europeos quedaron al margen de la Revolución de 1848: destacadamente Rusia, con un sistema de autocraciazarista (Nicolás I), donde prácticamente no existía clase media de condición burguesa; en el polo opuesto, el Reino Unido, en plena época victoriana, que iba evolucionando lentamente bajo criterios reformistas, y disponía del Imperio colonial para mitigar las tensiones sociales internas. En el convulso reinado de Isabel II de España, 1848 no fue un año especialmente destacado dentro de la denominada década moderada, ya derrotados militarmente los absolutistas en la Primera Guerra Carlista, mientras que los liberales progresistas esperarían a 1854 para su siguiente intento de profundizar en la revolución liberal (bienio progresista).