Estos espacios protegidos incluyen cinco islas de origen volcánico:
Mayor o del Barón, que es la más grande con 93,8 hectáreas y 104 metros de altitud. Número 1 del plano.
Perdiguera, que es la más visitada y tiene un tamaño de 25,8 hectáreas. Número 2 del plano.
Del Ciervo, con 16,3 hectáreas, hasta no hace mucho unida a La Manga del Mar Menor por un camino artificial que recientemente ha sido eliminado. Número 9 del plano.
Redonda, una de las más pequeñas. Número 10 del plano.
Del Sujeto, con 2,4 hectáreas también es muy pequeña. Número 10 del plano.
Junto a estas islas, se incluyen en el litoral del Mar Menor, y dentro del municipio de Cartagena:
El Carmolí. Restos de un antiguo volcán cuaternario extinguido. (Número 5 del plano).
En julio de 2020 la ley de recuperación y protección del Mar Menor ha ampliado el espacio protegido con la inclusión de siete nuevos humedales en el entorno de la laguna:[3][4]
En este espacio se pretenden proteger los ambientes propios de esta laguna, fundamental para especies como el fartet.[5] También los procesos implicados en la formación y origen de estas zonas, ya que presentan gran interés ecológico y naturalístico.
Las plantas halófitas han conseguido adaptarse a vivir sobre estos suelos enfrentándose al exceso de sal con diversas estrategias, tales como excretarla por diferentes glándulas, diluirla en tejidos cargados de agua o, incluso, concentrarla en determinadas hojas que luego dejan morir.De estas especies de almarjos, sosas y salicores mencionados antes y que crecían en los terrenos salitrosos como El Almarjal, se extraía un materia prima, la piedra barrilla.
Todas estas plantas halófitas, denominadas barrilleras, concentran en sus hojas una gran acumulación de sales de sodio, compuesto químico que era utilizado como materia prima para la elaboración de cristales y espejos, así como de jabones. De hecho, el nombre de sodio fue tomado directamente, cuando este elemento fue descubierto, de uno de los vegetales de los que se extraía la sosa cáustica: la denominada 'soda'. El carbonato de sodio era extraído de estas plantas barrilleras por medio de su calcinación en hornos excavados en la tierra. Las cenizas resultantes se comercializaban en forma de piedras denominadas barrillas. La mayoría de los espejos y cristales elaborados en Europa hasta principios del siglo XIX utilizaban la piedra barrilla procedente de los puertos de Cartagena y Alicante.