En la redacción final de la llamada "Constitución de Bayona" Napoleón aceptó algunas sugerencias de los "notables" que habían acudido dispuestos a apoyar a la nueva monarquía bonapartista, especialmente la de que no se incluyera en su articulado la abolición de la Inquisición española y de que se esperara a suprimirla a que José I hubiera ocupado el trono y hubiera alcanzado un acuerdo con la jerarquía eclesiástica española.[2]
Mientras tanto los españoles "patriotas" que no reconocían las abdicaciones de Bayona formaron un ejército e infligieron una severa derrota a las tropas francesas en la batalla de Bailén (19 de julio de 1808). Esta victoria "patriota" obligó al rey José I Bonaparte a abandonar Madrid, a donde había llegado justo un día después de la batalla. Entonces Napoleón decidió intervenir personalmente en España y al frente de un poderoso ejército cruzó la frontera en noviembre, consiguiendo ocupar Madrid al mes siguiente.[3]
Pero los decretos planteaban un problema jurídico, porque iban firmados por Napoleón no por el rey José I, suprema autoridad, al menos en teoría, de la Monarquía que había surgido de las abdicaciones de Bayona. La interpretación que hacen los historiadores Emilio La Parra y María Ángeles Casado, es que «el 4 de diciembre de 1808 Napoleón no consideró que en ese momento su hermano fuera rey de España, si bien enseguida dio los pasos oportunos para "restablecerlo" en el trono». En todo caso, continúan diciendo, los decretos fueron publicados en la Gazeta de Madrid, «el periódico destinado a transmitir a la población las decisiones oficiales, y una vez restablecido en el trono, José I no lo[s] derogó». En conclusión, «lo que Napoleón decidió amparado en el derecho de conquista, su hermano lo asumió y convirtió en norma aplicable en su reino», como "ley del Estado", tal como se decía en el decreto de abolición de la Inquisición.[6]
En el decreto de abolición de la Inquisición, publicado en la Gaceta de Madrid el 11 de diciembre, se decía que el Tribunal quedaba suprimido «como atentatorio a la soberanía y a la autoridad civil» y se ordenaba que sus bienes pasaran a «la Corona de España para servir de garantía a los vales y cualesquiera otros efectos de la Deuda de la Monarquía». Este cambio de actitud de Napoleón respecto de la Inquisición, según Emilio La Parra y María Ángeles Casado, se explica por razones propagandísticas –así se presentaba ante los franceses y ante toda Europa como el libertador de los pueblos oprimidos por el fanatismo religioso- y también porque ya no le servía «para sujetar a la población al soberano establecido, que según Napoleón solo podía ser su hermano [José I]».[7]
La reacción de los madrileños a los "decretos de Chamartín", según informó el embajador La Forest, fue de agrado respecto de la supresión de los derechos feudales y de las aduanas interiores e incluso la del Consejo de Castilla, pero la abolición de la Inquisición sólo fue bien acogida por la minoría de ilustrados —los que serán conocidos como los "afrancesados"— y con indiferencia por el pueblo, que sí rechazó la reducción de las órdenes religiosas.[8]
Según el hispanista francés Joseph Pérez, «esas medidas tan radicales cogen desprevenidas a las minorías españolas, que nunca pensaron que se llegaría tan lejos».[9]
Referencias
↑La Parra López, Emilio; Casado, María Ángeles (2013). La Inquisición en España. Agonía y abolición. pp. 67-70.
↑La Parra López, Emilio; Casado, María Ángeles (2013). La Inquisición en España. Agonía y abolición. pp. 73-76.
↑La Parra López, Emilio; Casado, María Ángeles (2013). La Inquisición en España. Agonía y abolición. pp. 79-80.