Después que su madre falleciera, van a demoler la casa donde pasó su infancia Angélica, una mujer próxima a los 40 años recientemente divorciada, y debe ir a vaciarla. Imposibilitada para afrontarlo, escapa hacia el pasado mientras a su alrededor las paredes se derrumban.[1][2]
"Sofocante y opresiva, Angélica es una de esas películas que muestra cuál es el camino del nuevo cine argentino cuando pretende abarcar el género, deconstruyendo y reinventándolo no en pos del mero efectismo, sino como parte de la construcción integral de este hipnótico y enigmático personaje... Cecilia Rainero construye a nuestro personaje principal con una sutileza que se contrapone fuertemente con su intenso mundo interior. Con pequeñas miradas o cambios casi imperceptibles del tono de voz, deja paso a las otras partes de Angélica que se debaten dentro de su ser. Angélica debería ser un film dramático, pero pone en juego las cualidades de un thriller, logrando así generar en el espectador una gran cantidad de suspenso y tensión, volviendo más efectiva la construcción de la decadencia de este personaje con el cual queremos empatizar, aunque se vuelve más difícil con cada minuto que pasa.[3]
"En Angélica la crisis asoma como irremediable y la cámara no intenta respirar sino que, por el contrario, asfixia. La crisis es igual de terminal que el estado de esa casa que se derrumba a la par de su protagonista. El paralelismo entre la destrucción de lo que alguna vez fue un hogar familiar y el progresivo desequilibrio mental de una de las personas que supo vivir allí suena como algo obvio y no precisamente novedoso…el valor de Angélica radica en todo lo que se construye alrededor de esa metáfora, empezando por los contornos de una mujer cuya ambigüedad vuelve imposible discernir un carácter único... La película pendula entre el drama intimista sobre el desosiego y el thriller psicológico propio de la subjetividad alterada de Angélica, que esfuma la posibilidad de saber qué hay detrás de las múltiples máscaras bajo las que se oculta. De Palma también asoma en la paciente observación de los albañiles desde el altillo donde se instaló sin que nadie lo sepa, una obsesión utilizada como potencial disparador de la locura y que lleva al duelo a instancias donde se mezcla con la oscuridad de los traumas arrastrados.[1]